miércoles, 18 de diciembre de 2013

Historias y cuentos de Navidad, por Juan Luis Lorda


Historias y cuentos de Navidad[1]
Ningún cuento puede competir con el que escribió Charles Dickens en 1844, Canción de Navidad. A través de los sueños que sobresaltan al rico avaro Mr. Scrooge, Dickens sabe evocar todas las nostalgias de la Navidad. Y muestra que el principal calor de estos días nace del cariño en los hogares. Buen pregón y mensaje para las fiestas. Pocos lo habrán leído y casi todos lo habrán visto en alguna de las múltiples versiones cinematográficas. Porque es una de las historias que más veces ha sido llevada al cine. La primera fue en 1913. Desde entonces, se ha rodado de todas las maneras posibles, incluso en dibujos animados (Murakami) y con teleñecos (y Michel Caine). Pero la versión más famosa es la de Brian Desmond Hust (1951), con un impresionante Alistair Sin como Mr. Scrooge. Año tras año, vuelve a la pantalla, lo mismo que la inolvidable película de Frank Capra, Qué bello es vivir. En el fondo, es una relectura de la historia de Dickens. Con James Stewart a punto de suicidarse, y un simpático ángel que le hace pensar en lo que habría pasado si no hubiera vivido. Nadie está de sobra en el mundo. También es un buen mensaje de Navidad.
Algo tiene la Navidad cuando sus historias y cuentos pueden decirnos sencillamente cosas tan importantes. Como si estuvieran dirigidas a niños, nos las recuerdan a los mayores. Ya las sabemos, pero, en otras circunstancias, nos da pudor decirlas. Quizá porque son enormemente bonitas, sencillas y tiernas. En otras épocas del año, preferimos lenguajes abstractos, que siempre son menos tiernos que los cuentos. Probablemente es una manera de resistirse a reconocer que, en el fondo, seguimos siendo niños. Porque aspiramos a lo mismo que ellos: un poco de cariño, un poco de protección, un poco de fiesta y tiempo para jugar. El mundo de los mayores, con sus seriedades y preocupaciones, es sólo para las horas de trabajo. Pero la felicidad tiene que ver con lo que ingenuamente desean los niños. No hay otra fórmula: "Si no os hacéis como niños...".
La Navidad, por ser para niños, es tiempo de historias y cuentos. Y, desde que existe Internet, se pueden encontrar por miles en la red. Para todos los gustos. También hay cuentos horrorosos, desesperanzados y posmodernos. Quieren ser cuentos para mayores y, por eso mismo, han perdido el Norte, y no saben adónde van. En cambio, me aconsejaron el cuento que publicó hace pocos años Enrique Monasterio, El Belén que puso Dios. Empieza de una manera preciosa: "Al principio Dios quiso poner un Belén y creó el universo para adornar la cuna". Explica que la Navidad "no es un aniversario, ni un recuerdo; tampoco es un sentimiento; es el día en que Dios pone un Belén en cada alma". Y con esa inspiración construye su relato. Estupendo.
Pero la principal historia de la Navidad no es un cuento ni una recreación literaria. Es el recuerdo del Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios que nació de María en aquella noche, santa desde entonces. Por eso, antes que un cuento, en Navidad hay que recomendar los comienzos del Evangelio de San Lucas y de San Mateo. En Alemania, existe la entrañable costumbre de leer en familia, en voz alta, junto al Belén, el capítulo 2 de San Lucas, en la misma noche de Navidad. Allí aparecen María y José, y se nos cuenta que no encontraron sitio en la posada, y que tuvieron que buscar un pesebre. Y se recuerda la alegría inmensa de los ángeles y su anuncio a los pastores. Con ese mensaje de Dios, que siempre es oportuno para los hombres que debemos ser niños: "Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor".




[1] Juan Luis Lorda, La Verdad de Murcia, 24 de diciembre de 2004.

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