W. C. Ceram es el pseudónimo de Kurt W.
Marek, conocido publicista y crítico literario y cinematográfico, nacido en
Berlín en 1915. Durante la Segunda Guerra Mundial fue hecho prisionero en Italia,
donde tuvo ocasión de emplear su tiempo en un hospital de sangre leyendo obras
de arqueología. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de de acercar
al gran público los secretos de la arqueología. Así nació Götter, Gräber und Gelehrte. En este maravilloso libro, con gran amenidad y fuerza expresiva, Ceram
nos muestra la aventura de los
hombres que descubrieron Troya, la
tumba de Tutankamón, los tesoros
aztecas, Pompeya, Nínive, Babilonia, el Valle de los
Reyes, etc. Cada tema y cada página están tratados con tal atractivo y sensibilidad, y con tan gran respeto
por la verdad de los hechos, que muchos la consideran «la novela de la arqueología». Por
la obra desfilan grandes personalidades de la arqueología, como Schliemann,
Champollion, Botta o Howard Carter.
Sin duda, un libro de Historia al alcance de todos los públicos. Imprescindible para los amantes de la Historia.
Si te gusta leer, este es tu blog. Leer para aprender. Leer para descansar. Leer para recomendar. Libros para ti, libros para tus hijos, libros para tus padres. Libros para todas las edades. Libros para jóvenes y libros para adultos. Lo mejor de ahora y de siempre. No son recomendaciones de un experto, sino de un aficionado a la lectura que recomienda libros a sus amigos. Espero que te gusten.
sábado, 30 de noviembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
El señor del mundo, de Robert Hugh Benson
El pasado
lunes 18 de noviembre el Papa Francisco ha vuelto a sorprender
en su homilía matinal en Santa Marta. Arremetiendo contra la «mundanidad», el «pensamiento único» y el «espíritu del
progresismo adolescente», que conducen a la apostasía, el Papa Francisco
ha hecho referencia a la novela de Robert Hugh Benson Señor del Mundo. Escrita
en 1907 por un anglicano converso al
catolicismo, Señor del Mundo, Lord of the World en el original, está
en la línea de novelas como 1984 o Un mundo feliz. En Señor del mundo, el Anticristo
es un líder político elegante, moderado, que habla de paz y de unidad, que
seduce... pero que persigue y acosa a la Iglesia.
Es la exaltación del
humanitarismo como religión, una religión contraria a lo sobrenatural. Es,
en el fondo, un panteísmo, con un credo propio: «Dios es el Hombre», que ofrece un verdadero alimento a quien tenga
anhelos de religión. Idealiza, pero no plantea exigencias de ninguna clase
sobre las facultades espirituales del ser humano. Y fomenta desmesuradamente
los sentimientos.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Un poema: Camino de imperfección, de Miguel D'Ors
Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
«Esto va mal», me dijo un día el espejo.
«Tienes que corregirte».
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Muy modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes.
O sea
un vanidoso inaguantable
viejo.
yo era un vanidoso inaguantable.
«Esto va mal», me dijo un día el espejo.
«Tienes que corregirte».
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Muy modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes.
O sea
un vanidoso inaguantable
viejo.
sábado, 16 de noviembre de 2013
El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry
«He aquí mi secreto —dijo el zorro—. Es muy simple: no se
ve bien sino con el corazón. Lo esencial
es invisible a los ojos. El tiempo que dedicaste a tu rosa hace que tu rosa
sea tan importante. Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes
olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres
responsable de tu rosa».
Un pequeño príncipe
poseía una rosa y tres volcanes en un minúsculo planeta. Un día que estaba muy
aburrido salió a dar una vuelta por el Universo. Visitó unos cuantos asteroides
parecidos al suyo y conoció a un rey, a un vanidoso, a un bebedor, a un hombre
de negocios, a un farolero y a un geógrafo. Por último llegó a la Tierra. Como era un planeta
grande permaneció allí durante un año, y tuvo oportunidad de conversar con una
serpiente, un cazador, un guardagujas, un mercader y, especialmente, con un
zorro y un piloto que reparaba el motor de su avión en el desierto. En cada
nuevo encuentro, el principito hacía
preguntas breves, y escuchaba las respuestas con atención. Buscaba, como todo hombre, lo esencial, lo mismo que tú y que yo:
¿dónde estoy?, ¿en qué planeta he caído?, ¿qué haces ahí?, ¿dónde están los
hombres?, ¿cómo puedo tener amigos?
Antoine de Saint
Exupéry (1900-1944),
alternó la pasión por la aventura
con la meditación sobre el significado
último de la existencia. En El principito (Le petit prince en el original), encontramos la importancia del valor de la amistad, del heroísmo como meta, la felicidad que proporciona el cumplimiento del deber, la responsabilidad como motor de la
conducta moral… Imprescindible.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Cartas del diablo a su sobrino, de C. S. Lewis
Este
estupendo libro de C. S. Lewis, editado
por primera vez en 1942, es una recopilación de artículos publicados en el
desaparecido periódico Manchester
Guardian con el nombre de The
Screwtape letters (Las cartas de
Escrutopo). Desde entonces ha sido un éxito permanente. Está compuesto de
treinta y una cartas que el anciano y experimentado diablo Escrutopo escribe a su sobrino Orugario,
un demonio principiante. A través de las cartas intenta enseñar a su sobrino,
cómo tentar a «su Paciente», un joven que vive en Londres en plena Segunda
Guerra Mundial. Ameno, amable, irónico, agudo y con sentido del humor, C. S. Lewis hace en el fondo una apología del cristianismo. Critica la
debilidad de los hombres y la facilidad con la que e dejan seducir por los
engaños del Maligno. C. S. Lewis dedicó este libro a su gran
amigo y escritor J. R. R. Tolkien. La
originalidad de su planteamiento, el acertado estilo literario y la agudeza del
autor, hacen de las Cartas del diablo a su sobrino uno de los libros más apreciados
y brillantes de Lewis.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Un cuento: El cielo del monjecito, por Mamerto Menapace
El monjecito se encontraba en la iglesia. Era al
inicio de la primavera, cuando el sol ya es tibio, y afuera todo canta a la
vida Comenzaba la tarde, y él se encontraba sentado en un banco de la iglesia,
entre meditando y distraído. Por la ventana abierta entraba la luz, el calor y
cuanto ser diminuto y viviente se movía en los aires.
En realidad no estaba distraído, sino absorto.
Había un pensamiento que lo venía persiguiendo desde hacía varios días. Quizá
fuera la primavera que comenzaba. Lo cierto es que desde días atrás se venía
preguntando sobre la eternidad del cielo. Sobre todo lo cuestionaba la idea de
una realidad que nunca tendría fin, y en la cual Dios lo invitaba a participar
también a él. Era un monjecito movedizo y lleno de vida, curioso e inteligente,
despierto y soñador. No entendía cómo se las ingeniaría Dios para mantener el
interés en una realidad que sería eterna. Porque él no lograba pasarse media
hora sin tener que cambiar de ocupación o de lugar. Lo aterraba la idea de
clavarse para siempre en algo eterno.
En esto estaba cavilando y adormeciéndose, cuando
de repente llamó su atención un pequeño pájaro que acababa de entrar por la
ventana. Parecía un animalito sencillo y sobre todo sumamente manso. Luego de
un corto vuelo, fue a posarse a dos o tres bancos por delante de nuestro
monjecito. No pareció importarle que éste estuviera allí. Luego de un momento
de silencio, levantó la cabecita y lanzó un sencillo gorjeo que llenó de ecos
el silencio de la Iglesia.
Cuando el canto se repitió nuevamente, el monjecito
sin pensar en lo que hacía se levantó y se acercó al pajarito, que no dio
muestras de temor. Simplemente pegó un saltito y fue a posarse en el respaldo
del banco siguiente, mientras nuevamente gorjeaba su trino. Pero esta vez el
canto venía modulado de una manera diferente. Parecía más bello y más sonoro.
Además, al darle el sol sobre su plumaje, mostraba unos tornasoles que antes no
habían aparecido. Embelesado nuestro amigo volvió a acercársele, para conseguir
tan solo que el avecilla repitiera su corto vuelo hasta otro banco un poco más
allá.
Y así de vuelo en vuelo, y trino a trino, ambos se
fueron dirigiendo hacia la puerta entreabierta de la Iglesia. El monjecito
estaba tan copado que ni se daba cuenta de lo que hacía. Simplemente iba detrás
del avecilla canora, que a cada instante mostraba un nuevo color, o expresaba
una armonía diferente y siempre más bella. Atravesaron la puerta, cruzaron el
jardín, salieron por el gran portón que daba al bosque del cerro vecino, y
finalmente se adentraron en éste sin percatarse de que se iban alejando cada
vez más del monasterio.
Cuánto tiempo transcurrió desde aquel momento no lo
supo entonces el monjecito. Porque paso a paso y yendo detrás del ave
encantadora fue perdiendo la noción de las horas y de las distancias. Pero
finalmente el avecita gorjeó como nunca lo había hecho aún, y abriendo sus
alitas se perdió por entre el follaje del bosque.
Recién entonces nuestro monjecito volvió en sí, y
se asustó al ver que ya era tarde. Volvió sobre sus pasos, extrañado de no
reconocer el camino que lo había traído hasta allí. Pero desde la altura del
cerro donde se encontraba, veía a veces el monasterio por entre el follaje, y
así se iba ubicando Lo que en cambio le extrañó profundamente fue el no lograr
dar con la puerta por donde había salido. Por más que la buscó en el atardecer
por donde tendría que haber estado, no logró dar con ella. Rodeando el
monasterio, al fin se topó con la puerta principal Con todo, lo que veía le
resultaba extraño. Nada le parecía ya familiar, y se sentía como de otro mundo.
Tocó la campanilla y salió a atenderlo un viejo
hermano portero, de larga barba blanca. No lo reconoció. Francamente confundido
y temiendo una equivocación, preguntó tímidamente si aquel era el Monasterio de
San Pantaleón. El monje portero le respondió que sí, y le preguntó a su vez qué
deseaba; Nuestro monjecito perplejo le dijo que quería que le abriera la puerta
para volver a su celda y disculparse con el maestro de novicios. Por supuesto
que el portero no entendió nada, y no sabia que pensar. ¿Se trataría de una
broma de alguno de los monjes disfrazados? ¿O sería quizá algún loco que
confundía las cosas?
No sabiendo como proceder le pidió amablemente que
se sentara y esperara al abad a quien iría a llamar enseguida. Cuando éste
vino, por supuesto tampoco reconoció al monjecito, ni éste al abad. Se
saludaron y trabaron conversación. El novicio apesadumbrado le contó lo que le
había pasado aquella tarde, o quizá —no sabía— la tarde anterior. Cómo había
abandonado la iglesia y el monasterio yéndose detrás de aquella rara avecita de
canto y de plumaje continuamente cambiante que lo había fascinado y llevado
tras ella. También le abrió su corazón al abad confesándole que sentía a su
alrededor todo muy raro y que no acertaba a reconocer nada de cuanto veía. Que
ni siquiera podía reconocerlo a él mismo con quien estaba hablando.
Ustedes imaginarán lo perplejo que estaría también
el abad frente a aquel monje cito extraño y desconocido que contaba una
historia tan bella y extraña. Supuso que se trataría de un joven desorientado y
mentalmente enfermo que estaba fabulando una historia sobre su propia vida,
aunque lo hacía tan bien que no podía negar el realismo de muchos de los datos,
que verdaderamente coincidían con los de aquel viejo monasterio. Como era un
hombre bueno y no quería herir al joven con lo que por dentro pensaba, decidió
intentar convencerlo mediante el registro de los monjes para mostrarle que su
nombre nunca había estado inscrito en aquel monasterio.
Trajeron el libro de registro donde desde hacía
siglos se venían anotando los monjes que habían ido viviendo allí, y hoja tras
hoja, empezando por las últimas, fue mostrando que efectivamente allí no
estaban su nombre. Pero de pronto al hojear al azar el libraco aquel, sus ojos
tropezaron con algo insólito. Una página estaba a mitad en blanco. Y para su
sorpresa, allí aparecía el nombre del monjecito, con todos sus datos y una nota
en rojo que decía simplemente:
"Desapareció una tarde en el bosque, sin dejar
rastros". Era una página escrita 227 años atrás.
Esta bella historia termina así. El joven se dio
cuenta de que, sin saberlo, había estado siguiendo durante todos esos 227 años
a la avecilla sin cansarse ni envejecer.
Y fue tal el deseo que experimentó de ir al cielo
que allí mismo… despertó de su sueño sobre el banco de la iglesia en aquel
atardecer. Era ya la hora de vísperas.
Cuentos al amanecer, de Mamerto Menapace
«La poesía (y el cuento) no pretende transmitir nada, sino que evoca
lo que cada uno tiene ya, despierta lo que cada uno lleva dentro».
Así se expresa Mamerto Menapace en el Prólogo a esta recopilación de treinta y cinco cuentos, entre los que
encontrarás El relojero, Eligiendo cruces, El cuarto Rey Mago, El cielo del monjecito o La camisa del hombre
feliz. Mamerto Menapace, monje benedictino del Monasterio de los
Toldos (Argentina), pretende con ellos, y sin duda consigue «evocar la nostalgia dormida que cada uno
trae desde la infancia». Y, para sacarles partido, basta escucharlos con el
corazón, ya que sólo él posee un lenguaje único y universal.
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